domingo, 2 de mayo de 2010

Los Muertos (por Carlos C.)

En España, la calle es de los muertos. Están ahí, la calle es el único espacio donde podemos verlos. En las últimas décadas hemos otorgado en la cultura occidental a la muerte de todos nuestros más inconfesables temores y la hemos desterrado, apartándola de nuestra existencia, sacándola de nuestras casas, eliminándola incluso de nuestro lenguaje (no sea que la atraigamos al nombrarla). De este modo hemos comenzado a alejar, e incluso a ocultar la muerte construyendo edificios destinados a velatorios, o relacionados con ellos, que sustituyen los antiguos velatorios del hogar. La muerte pasó de ser un elemento público a privado, individual, íntimo. Y esta negación a la muerte lleva directamente a la necesidad de que alguien se ocupe de los muertos: Seguros de vida, cremación, esquelas en los periódicos… Pero los muertos también tienen conciencia política, en España los muertos son invisibles hasta que alguien convoca una manifestación. Es entonces cuando aparecen, sin excepción. En la excelente novela de Jorge Carrión, “Los Muertos”, lo que se hace es plantear un debate, absurdo, sobre si somos responsables o no de los abusos, las torturas y la muerte de los personajes de ficción. Hace una semana volvieron a salir a la calle, protestando por los crímenes del franquismo a raíz de la imputación del juez Garzón. Uno se pregunta si saldrán cuando se inicie el juicio por cohecho del mismo juez al conseguir dinero del Banco Santander por unos cursos. Ya veremos si los muertos vuelven a mostrar su apoyo incondicional a Garzón o esta vez lo dejarán solo. Los muertos no discutían la validez jurídica o no de la querella, salieron a la calle para expresar que siguen aquí, y que el pensamiento político de este país no lo dirigen los vivos sino ellos. Hace unos años, cuando el Gobierno socialista negociaba la tregua con la banda terrorista ETA, salieron los muertos por terrorismo a la calle, vimos las enormes manifestaciones con sus fotos en blanco y negro, con sus familiares en primera línea de la manifestación. Como si de una especie de chantaje emocional se tratase, los muertos recordaron a los vivos que no debían buscar una solución pacífica. Y nadie les protestó porque los mismos muertos no salieron a la calle cuando otros gobiernos de distinto signo político también buscaron la negociación. O cuando la Iglesia salió a la calle llevando fotos de fetos destruidos para criticar la modificación de la legislación abortiva. En España, la política es de los muertos. La dirigen, la controlan. Uno podría creer que son los vivos los que utilizan a sus muertos como argumento político a falta de ideas, pero es al revés. Hemos negado a la muerte, pero ellos han regresado de una forma pacífica, se asocian y ejercen el derecho a manifestarse. La calle es suya. Y su voto cuenta, claro. Algunos han conseguido hasta un escaño en el Senado.

Carlos C.

3 comentarios:

  1. Lo de usar a los muertos siempre será polémico. A toda persona que muere se le mitifica inmediatamente y se ensalza sin concesiones. Nos parece siempre que han muerto injustamente y deben ser vengados. Hablamos en su nombre sin saber su opinión si no que los utilizamos para nuestros intereses. EStá bien y es necesario recordarlos y que no caigan en el olvido, pero no utilizarlos, es un arma que remueve muchas cosas y algún día dejará de ser tan efectivo.

    Sobre la Muerte en sí, cada vez es más tabú y parece que en Occidente es algo accidental, como si no fuera parte de la vida. Si alguien muere es porque han fallado cosas, no porque los seres vivos necesitamos la muerte para poder catalogarnos como lo que somos, seres vivos.

    ¿No os habéis fijado que nadie dice "Cáncer" en los medios? La gente se muere de "una larga enfermedad" contra la que estaba luchando. Eufemismos absurdos y atávicos.

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  2. Me encanta cómo mezclas lo poético con lo prosaico. ¡Excelente artículo!

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  3. Los muertos son los que nos permiten vivir, como dice Rafa, una vida con un sentido cronológico definido. Reflexionar sobre la certeza de la propia muerte es un ejercicio que la mayoría de la gente no se suele permitir. Ahondar en la esencia del no existir, profundizar en cuestiones morales y religiosas más allá de las simples banalidades que imponen las iglesias de cualquier signo, sacar a Dios de lo mágicamente sagrado, desmitificarlo y situarlo cara a cara frente a uno, son prohibiciones a las que ya nos ha acostumbrado nuestra querida sociedad del bienestar. No nos permitimos pararnos a pensar qué es lo que somos, de qué estamos hechos y cómo es posible que toda una vida se esfume en un instante. ¿Y si ese instante no hubiera existido?
    Palpar la muerte de algún familiar cercano nos sirve, aunque sólo sea a modo de vulgar ensayo, para ser conscientes de una realidad totalmente diferente de la que ordinariamente pensamos, sentimos y respiramos. Las cosas de repente cobran un sentido distinto y el orden vital de prioridades se altera.
    "Recuerda que eres polvo"

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