miércoles, 12 de mayo de 2010

Ya está aquí, ya llegó...

Esta mañana se ha destapado la caja de los truenos. Por fin ha llegado el momento en el que el gobierno tiene que ceder y darse cuenta de que nadie en su sano juicio puede gastar a largo plazo un 11% más de lo que ingresa, ya seas un autónomo, una pequeña empresa, o un Gobierno de España.

Quizá habría sido más suave si se hubiera hecho antes y de forma escalonada, en lugar hacerlo ahora y todo de golpe. Sin embargo, creo personalmente que ha podido hacerse así a propósito. ¿Por qué? No es ningún secreto que Zapatero es un hombre obsesionado con la llamada "paz social". Es posible que haya esperado a propósito hasta el último momento, hasta que la deuda española empezaba a salir cara, hasta que la Unión Europea la haya dado un toque de atención, hasta que la prensa habla de que España es insostenible, hasta que perdiésemos nuestra cacareada triple A... para hacer esto. De esta forma, una buena parte de los potenciales opositores a esta medida la aceptarán de buen grado con el argumento de "no hay más remedio que hacerlo". Las orejas del lobo asoman detrás del seto, y nos acojonan las imágenes de televisión que nos llegan de Grecia. Sin embargo, si se hubiese hecho hace un año... ¡ay! la que se hubiese liado. Este un punto que me parece interesante. Por tanto creo que la tardanza del gobierno ha sido torpe en lo financiero, pero astuto en lo social. Personalmente, yo habría metido antes la tijera... ¡pero por mi propio bien, trataría de explicarlo de puta madre!

Por otra parte, no puedo evitar lanzarme a otro tema relacionado: ya nos van llegando las declaraciones sindicales y funcionariales esperadas, diciendo que hay que ver lo que se ceba este recorte con los funcionarios, y que la crisis la pagan los de siempre. ¡Esto es un error! Estos recortes no son medidas anti crisis. ¡Son para sanear las cuentas del Gobierno de España! Y como es lógico, ello afecta en sus ingresos a los empleados del gobierno de España. El Gobierno de España no es España. Es tan absurdo quejarse de esto como si un empleado de Telefónica se quejase de que el plan de austeridad de su empresa se ha cebado con los empleados de Telefónica. Exacto, señor. Es que trabaja usted ahí.

Claro que los no-funcionarios nos veremos afectados. Todos somos "accionistas" y "clientes" del Estado. Y ahí nos toca: impuestos más altos, recorte de inversión, congelación de pensiones, adiós al cheque bebé, etcétera. Pero los no funcionarios no somos "empleados" del Gobierno. Somos empleados de otras empresas que pueden quebrar o despedirnos. Por tanto, los empleados públicos deben asumir que, como cualquier otro trabajador, la "empresa" para la que trabajan pueden ir bien o puede ir mal.

Y por favor, que no se intente utilizar el gran esfuerzo y dedicación de "sacarse la oposición" como mérito suficiente para obtener ningún privilegio. En el sector privado no hay que opositar, de acuerdo. Pero puedes pasar años trabajando en lo primero que te sale, con sueldos bajos y contratos mediocres, antes de conseguir una estabilidad en un puesto realmente elegido por ti (si es que alguna vez lo consigues). Bastantes más años, en promedio, de lo que se tarda en opositar.

domingo, 2 de mayo de 2010

Los Muertos (por Carlos C.)

En España, la calle es de los muertos. Están ahí, la calle es el único espacio donde podemos verlos. En las últimas décadas hemos otorgado en la cultura occidental a la muerte de todos nuestros más inconfesables temores y la hemos desterrado, apartándola de nuestra existencia, sacándola de nuestras casas, eliminándola incluso de nuestro lenguaje (no sea que la atraigamos al nombrarla). De este modo hemos comenzado a alejar, e incluso a ocultar la muerte construyendo edificios destinados a velatorios, o relacionados con ellos, que sustituyen los antiguos velatorios del hogar. La muerte pasó de ser un elemento público a privado, individual, íntimo. Y esta negación a la muerte lleva directamente a la necesidad de que alguien se ocupe de los muertos: Seguros de vida, cremación, esquelas en los periódicos… Pero los muertos también tienen conciencia política, en España los muertos son invisibles hasta que alguien convoca una manifestación. Es entonces cuando aparecen, sin excepción. En la excelente novela de Jorge Carrión, “Los Muertos”, lo que se hace es plantear un debate, absurdo, sobre si somos responsables o no de los abusos, las torturas y la muerte de los personajes de ficción. Hace una semana volvieron a salir a la calle, protestando por los crímenes del franquismo a raíz de la imputación del juez Garzón. Uno se pregunta si saldrán cuando se inicie el juicio por cohecho del mismo juez al conseguir dinero del Banco Santander por unos cursos. Ya veremos si los muertos vuelven a mostrar su apoyo incondicional a Garzón o esta vez lo dejarán solo. Los muertos no discutían la validez jurídica o no de la querella, salieron a la calle para expresar que siguen aquí, y que el pensamiento político de este país no lo dirigen los vivos sino ellos. Hace unos años, cuando el Gobierno socialista negociaba la tregua con la banda terrorista ETA, salieron los muertos por terrorismo a la calle, vimos las enormes manifestaciones con sus fotos en blanco y negro, con sus familiares en primera línea de la manifestación. Como si de una especie de chantaje emocional se tratase, los muertos recordaron a los vivos que no debían buscar una solución pacífica. Y nadie les protestó porque los mismos muertos no salieron a la calle cuando otros gobiernos de distinto signo político también buscaron la negociación. O cuando la Iglesia salió a la calle llevando fotos de fetos destruidos para criticar la modificación de la legislación abortiva. En España, la política es de los muertos. La dirigen, la controlan. Uno podría creer que son los vivos los que utilizan a sus muertos como argumento político a falta de ideas, pero es al revés. Hemos negado a la muerte, pero ellos han regresado de una forma pacífica, se asocian y ejercen el derecho a manifestarse. La calle es suya. Y su voto cuenta, claro. Algunos han conseguido hasta un escaño en el Senado.

Carlos C.